
jueves, 4 de diciembre de 2025


En un mundo que enfrenta crisis climáticas, presiones productivas y suelos cada vez más agotados, la salud del suelo emerge como una de las urgencias más apremiantes de nuestro tiempo. Bajo nuestros pies se juega buena parte del futuro: la productividad agrícola, la seguridad alimentaria, la economía rural y la capacidad de adaptación de millones de familias dependen de un recurso vivo que hoy está seriamente amenazado, pero que aún puede regenerarse con ciencia, colaboración y una inversión decidida en soluciones basadas en evidencia.
Durante décadas, el suelo agrícola ha sido tratado como si fuera infinito. Los surcos de maíz y trigo continúan produciendo, las cosechas avanzan y la vida prospera sobre una capa que creemos inmutable. Pero la ciencia muestra otro panorama: este universo vivo, microscópico y vital está sometido a una degradación acelerada que compromete su fertilidad, la estabilidad económica de miles de comunidades rurales y la seguridad alimentaria global. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advierte que hasta un 33% de los suelos del mundo ya están degradados, una condición que reduce directamente su capacidad de proveer alimentos, agua y servicios ecosistémicos esenciales. Más aún, 1 660 millones de hectáreas se consideran tierras degradadas por actividades humanas, y 1 700 millones de personas habitan zonas donde los rendimientos agrícolas han disminuido al menos un 10% debido al deterioro del suelo. En América Latina y el Caribe, la FAO estima que hasta el 75% de los suelos presentan algún grado de degradación, con costos económicos acumulativos que afectan la productividad, los ingresos y el bienestar social.
Bajo la perspectiva del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), el suelo es mucho más que un soporte para los cultivos: es infraestructura natural, patrimonio compartido y sostén de los sistemas agroalimentarios. Su capacidad para capturar carbono, regular el agua, amortiguar el impacto de las sequías e inundaciones y sustentar los ecosistemas agrícolas convierte su salud en un factor decisivo para el futuro. La degradación, por el contrario, fragmenta ese sustrato silenciosa de procesos biológicos y acelera los riesgos productivos y climáticos que enfrentan millones de agricultores.

Residuos de maíz protegen la superficie del suelo en un sistema de agricultura de conservación. La cobertura evita la erosión, retiene humedad y favorece la regeneración de la vida subterránea, base de una producción sostenible.
En las discusiones recientes sobre recarbonización de los suelos, el CIMMYT —junto con instituciones del sector agrícola, actores públicos y privados, y la comunidad científica— destacó que la transición hacia sistemas agroalimentarios de bajas emisiones ya está en marcha. Los avances en manejo eficiente del nitrógeno, agricultura de conservación y prácticas regenerativas muestran que es posible reducir emisiones sin sacrificar productividad ni estabilidad económica. En esta visión integral, el suelo aparece como un eje decisivo: es allí donde se almacenan nutrientes, se fija carbono, se regula el agua y se construye la resiliencia agrícola frente a un clima más extremo. El manejo inteligente del nitrógeno se perfila como una de las fronteras científicas más relevantes para impulsar sistemas agroalimentarios verdaderamente sostenibles.
En América Latina, donde confluyen territorios ricos en biodiversidad con zonas gravemente erosionadas, la urgencia es evidente. Desde México y en todo el sur global, el suelo enfrenta presiones por uso intensivo, pérdida de cobertura vegetal y clima extremo. Las iniciativas del CIMMYT han probado que la regeneración es posible mediante agricultura de conservación, diversificación, análisis de suelo, uso inteligente de residuos y acompañamiento técnico continuo. Estos esfuerzos no solo mejoran rendimientos; devuelven vida al suelo, reducen costos de producción y fortalecen economías rurales.
Medios especializados han señalado que la salud del suelo se ha convertido en un factor estratégico para la seguridad alimentaria. En regiones donde pequeños productores enfrentan más riesgos climáticos que recursos disponibles, el deterioro del suelo se manifiesta en menores cosechas, mayor vulnerabilidad y ciclos productivos frágiles. No es una idea abstracta: es un obstáculo real para producir alimentos.
Un ejemplo concreto se encuentra en Hidalgo, México, donde el CIMMYT y diversos aliados implementan un modelo que inicia con conocer el suelo a profundidad. Se realizan análisis de fertilidad, estructura y carbono, junto con diagnósticos que orientan recomendaciones técnicas personalizadas. Ajustes en labranza, dosis de nutrientes, manejo de residuos y prácticas de conservación están transformando parcelas antes limitadas por degradación. Para muchos productores, mirar su suelo desde esta lente científica ha marcado un antes y un después: comprender que la regeneración es posible, medible y económicamente viable.
Estas acciones ya se están ampliando. En América Latina, el CIMMYT articula esfuerzos con la agroindustria, el sector privado y el sector público para acelerar la recuperación de suelos. Colabora estrechamente con aliados como IICA, FIRA, el Gobierno de México y gobiernos locales con el objetivo de llevar ciencia al campo, consolidar políticas habilitantes y facilitar inversiones que permitan escalar prácticas regenerativas. A nivel global, los resultados también son contundentes: desde el sur de Asia hasta África Oriental, las intervenciones del CIMMYT han permitido a comunidades enteras restaurar la función ecológica de sus suelos, fortalecer su productividad y construir resiliencia ante un clima cada vez más impredecible.
Recientemente, en el marco de la COP30 en Belém, el CIMMYT participó en una de las conversaciones más relevantes sobre el futuro de los suelos y la resiliencia climática. Jelle Van Loon, representante regional para las Américas, intervino en el panel “Restoring Soils, Renewing Futures: South-South Cooperation for Climate-Resilient Landscapes”, un espacio dedicado a explorar modelos innovadores de restauración y a demostrar cómo la ciencia, la política pública y el financiamiento pueden converger para regenerar tierras degradadas. La sesión subrayó la urgencia global: en África, el 65% de los suelos presentan degradación, afectando la productividad y exacerbando la vulnerabilidad ante el clima.

Jelle Van Loon, representante regional del CIMMYT para las Américas, participa en el panel de la COP30 dedicado a la restauración de suelos y la cooperación Sur-Sur para impulsar paisajes climáticamente resilientes.
Desde este punto de partida, el diálogo destacó la salud del suelo como un eje unificador para la acción climática, la generación de empleo verde, la recuperación de la biodiversidad y el desarrollo sostenible. Se subrayó el valor del aprendizaje Sur-Sur y el potencial de que países africanos adapten estrategias exitosas de restauración aplicadas en América Latina, desde el manejo de paisajes hasta la reorientación de subsidios, los pagos por servicios ecosistémicos y los esquemas de financiamiento climático.
El intercambio también evidenció la urgencia de armonizar datos y sistemas de información en el Sur global, fortalecer los servicios de extensión para sensibilizar sobre el cuidado del suelo y promover enfoques territoriales a la medida, capaces de responder a las particularidades agronómicas, climáticas y socioeconómicas de cada región.
Para el CIMMYT, este intercambio global refuerza una idea clave: la restauración de suelos es un esfuerzo compartido que requiere ciencia aplicada, alianzas sólidas y una inversión decidida que permita transformar paisajes y oportunidades.
El mensaje que emerge en el Día Mundial del Suelo es claro: proteger y regenerar el suelo es una urgencia planetaria, pero también una responsabilidad compartida con la sociedad civil, ya que todos consumimos a diario algo producido en suelos agrícolas. El suelo es herencia y futuro; una base que nos conecta, de la que todos dependemos. Su salud sostiene nuestras economías, nuestros alimentos y nuestra capacidad de adaptación.
Hoy, el llamado es a colaborar, co-diseñar y actuar, invertir de manera decidida y sostenida en la salud del suelo. A mirar hacia abajo, al universo discreto y fértil donde se juega una parte esencial del futuro. Preservarlo es más que una consigna ambiental: es asegurar la vida que vendrá.
Agricultura Regenerativa